China llora al creador del arroz híbrido
China casi completa está de duelo; es decir, un quinto de los habitantes de la tierra llora hacia sus adentros, como es costumbre allá. Ha muerto a los 90 años el famosísimo –para ellos– Yuan Longping, creador del arroz híbrido, una modificación genética que terminó con 10.000 años de hambrunas, acaso para siempre. Los posteos son millones y uno vale de ejemplo: “Nunca he dedicado un minuto a agradecer a Yuan cada vez que como arroz. Y me avergüenzo. Él garantizó que ninguno de nosotros volviese a tener hambre. Si alguien quiere saber cómo China pasó de ser el undécimo país más pobre a la segunda economía del planeta en 70 años, él es una de las razones”.
Los experimentos de este agrónomo comenzaron en los ’60, cuando Mao quiso industrializar China de un coletazo de dragón con el “Gran Salto Adelante”. Movilizó a las masas a producir afuera de las ciudades –represas, caminos, túneles– e instaló un millón de hornillos en el fondo de las casas campesinas para producir acero. Se apeló al fervor ideológico sin incentivo económico y avanzaron en la colectivización de la tierra, desviando parte de su mano de obra a la ingeniería pública. Sumado a una sequía, fue el peor fracaso de Mao con millones de muertos por hambre entre 1959 y 1963. Eso fue atestiguado por Longping: “No había nada en el campo; se comía pasto, semillas, raíces de helecho, corteza de árbol y arcilla blanca… vi cinco personas junto al camino muertas de inanición”. Conmocionado, se propuso “trabajar para que el pueblo chino tenga suficiente comida”
Longping aplicó las leyes genéticas de Mendel combinando especies de arroz. Se propuso encontrar en la naturaleza mutaciones superiores a la más común y transmitirle sus genes. Para eso se lanzó a viajar. Dio con la que buscaba en la isla de Hainán y en 1973 demostró su teoría haciendo injertos: creó un superarroz que rindió 30 por ciento más. El “padre del arroz híbrido” –el más consumido del mundo– fue clave en la casi cuadruplicación de la producción arrocera china desde 1950 a hoy.
La china es la única gran civilización más o menos homogénea –idioma, escritura, matrices de pensamiento– varias veces milenaria que existe de manera continua: son casi 5000 años de historia documentada. Mucho antes del primigenio reino Xiade hace 4200 años, el descubrimiento de la técnica arrocera los había sedentarizado junto al río Amarillo. Eso hizo apetecibles a los chinos para los mongoles, quienes comenzaron a asediar desde el norte, generándose la Gran Muralla para detenerlos.
La evidencia más antigua de consumo de arroz apareció en la Cueva Yuchanyan, datada en 14.000 años. El cultivo comenzó hace más de 9500 años y se desperdigó a Persia, India, Egipto y el Mediterráneo. La concepción del tiempo y la vida se volvió cíclica en China a partir del arroz: arado con búfalos en primavera, desmalezado en verano, cosecha en otoño y almacenado en invierno. Acaso como reflejo de esto, el fluir del tiempo es circular en la cosmovisión del tao, sin comienzo ni fin (el pasado está siempre presente y se mira mucho atrás).
La ciencia agrícola es tan antigua en China que sus libros técnicos se escriben desde hace 2500 años. En los campos de arroz se cohesionó una cultura que sobrevive –incluso en la ciudad– cultivando con métodos manuales que han cambiado poco. Mientras los europeos tuvieron desde la prehistoria las fuentes de caza y pesca más a mano, los chinos se agruparon en aldeas arroceras –en casas monoambiente para tres generaciones– con cada familia muy vinculada al vecino y trabajando en común, embarrada hasta las rodillas y codos con la espalda doblada, acechadas por cobras. Desviaban ríos, cavaban canales y moldeaban estanques, aplanaban laderas en terrazas, trasplantaban plantines en línea yendo marcha atrás, inundaban y drenaban, cosechaban, pelaban el grano y almacenaban. Todos empujaban en equipo: así se normalizó durante 10.000 años el rigor del espíritu colectivo chino, amenazado por constantes sequias, inundaciones e invasiones que generaban hambrunas (ese modo de trabajo los vemos en los supermercados chinos). Así de precaria fue la vida en China hasta que Longping creó su arroz híbrido.
Esta civilización surgió a partir de un primer grano de arroz plantado por un chino alguna vez. Mezclado con azúcar, se lo usó como adhesivo entre ladrillos de la Gran Muralla, la Ciudad Prohibida y las tumbas Ming. Ese grano modificó el paisaje desde el río Amarillo hasta la costa sureste: las aldeas se levantaban junto a campos de arroz y los canales eran vías de conexión. Hoy son megalópolis.
El confucianismo jerárquico que rige en cada familia ha sido teoría de Estado para 23 dinastías y brotó de esa lógica comunitaria: Confucio sistematizó lo que ya estaba en el aire. Y el sujeto como engranaje obediente pasó a estar subsumido al grupo –que se autorregula a partir de la mirada del otro– respetando toda autoridad familiar y estatal, en función de mantener en la tierra la armonía celestial del Tao (el valor supremo de la estabilidad está por sobre el de la libertad individual). Así la circunstancia natural cinceló la cultura y la garra tigreasiática se afiló por diez milenios en esos campos: no hubiese habido China sin arroz. Y en algún punto, China sigue funcionando como una gran aldea arrocera que avanza hacia un norte fijo, sin titubeos. Tan medular es la cultura agraria, que el dogmatismo impreso por Stalin al marxismo se dobló, trocando proletariado por campesinado. El saludo más común es “¿has comido?”. Y comer significa en China, arroz. Desde esta perspectiva, se dimensiona la figura de Longping, el héroe nacional que multiplicó la potencia del arroz.
Superada la etapa de subsistencia, el gran dragón rojo necesita proteína cárnica sobre el cuenco de arroz del guerrero corporativo industrial y digital, para dar el salto al podio de primera potencia mundial que alguna vez ocupó: 407 millones de cerdos, 95 millones de vacas y 5 mil millones de gallinas chinas se alimentan del nuevo grano elemental, la soja.
Longping cedió su saber al Instituto Internacional de Investigación en Arroz y fue a India, Madagascar y Liberia a enseñarlo. En 2004 recibió el Premio Mundial de Alimentación y en 2008 llevó la antorcha olímpica. En 2019 le dieron la Medalla de la República, el mayor honor en China (solo 8 personas lo han recibido). Para el presidente Xi Jinping, la seguridad alimentaria es una de sus grandes metas y los medios han resaltado al “padre del arroz híbrido”, quien una vez declaró que soñaba con crear espigas de arroz altas como una persona. En SinaWeibo –Twitter chino– la noticia de su muerte fue vista por 3400 millones y otro millón le dio like a un posteo que reza “tres veces al día, cuando disfrutemos la fragancia del arroz, serás cariñosamente recordado”.
En su Changsha natal, decenas de miles desfilaron con barbijo ordenadamente, día y noche, frente al féretro. Uno declaró a Global Times: “Mi tío murió de hambre y mi padre dice que gracias a Yuan, eso ya no ocurre”. Desde hace un tiempo, una universidad y un asteroide se llaman Yuan Longping.