La teoría del todo
«Mi sueño es que la música que toco logre expresar lo que siento, la emoción, porque la música es emoción», afirma a 1591 cultura+espectáculos la pianista silvia teijeira. En ese camino está desde sus 6 años, cuando las melodías golpearon a las puertas de su corazón y dibujaron vuelos de acordes entre sus manos.
Como si fueran alas, le crece una sonrisa en su rostro cuando la infancia llega como una evocación fantástica a llenarle todos los rincones de su existencia. Ecos de melodías lejanas se le agolpan sobre el costado izquierdo de su pecho, tecleando en la prisa de una emoción galopante, repleta de los aromas de otro tiempo, de un tiempo que fue tangible para sus manos, para los contornos de sus dedos golpeteando en el aire con los pulsos de un corazón abierto a los recuerdos esparcidos como el ripio en los caminos de su eterno regreso a la pequeña Federal, recostada sobre el lienzo que cubre aún los sueños de aquella niña que un día decidió convertirse en música y, desde entonces, no deja de volar entre ecos de sonoridades.
A Silvia Teijeira -en diálogo franco y sincero con 1591 Cultura+Espectáculos- se le agolpan las imágenes en la memoria como las teclas de un piano: en blanco y negro. Pero también con una vitalidad inusitada en los matices de las tonalidades de su infancia. El cielo en Federal parece ser, entonces, mucho más cielo que en otras partes, porque se deja ver más. «Es hermoso», dice mientras las calles anchas y de cemento (que antes eran de ripio y algunas aún lo siguen siendo) se van abriendo junto a la figura de la amiguita de al lado, esa amiguita que «es tan importante en la vida, parte de la familia» y el fondo de la casa, desde donde cruzaban el alambrado para partir hacia la aventura de adentrarse en el campo o en la selva de Montiel. Sólo de vez en cuando, ese paisaje de Federal se trocaba por los de Paraná, Concordia o Chajarí, en la visita planificada a algún familiar. Después, todo el universo de la pequeña Silvia cabía en el arrollo que cada tanto crecía y no se podía cruzar; en los caminos de tierra en donde los autos se quedaban y había que seguir a pie; en las historias contadas por los hermanos mayores. «Hoy parecería que aquello era nada, sin embargo, era maravilloso», afirma. Y en ese «maravilloso» universo suyo se sigue encontrando.
«Latiendo», «Rulos de Zamba», «Bien Florido Puro Litoral», «Clásicos del Folklore Argentino en Piano I y II» y «Composiciones Propias» son los trabajos discográficos que la reconocida pianista Silvia Teijeira ha brindado al mundo desde ese espacio tan particular y tan propio que la define, pero también desde una constante evolución en la construcción de una concepción de la música abarcativa de un todo que, a su vez, como río hacia el mar, desemboca en un único anhelo que la persigue: la libertad plena. «Siempre me pregunto qué será que hay en las personas que hacemos música, que necesitamos hacer música para expresar todo lo que sentimos» reflexiona y abre al mismo tiempo, de par en par y con enorme generosidad, las puertas de ese interior profundo en el que se puede indagar lo extraordinario de ese ser que se da vida y habita, en retroalimentación constante, en cada acorde dibujado por sus manos, por sus dedos, sobre el piano.
«Siempre pienso que en casa se escuchaba música, todo el tiempo se escuchaba música y la radio. Luego hubo también un televisor; me acuerdo de cuando filmaron al hombre llegando a la luna y todo eso; que había una antena, que se daba vuelta una manivela y la antena rotaba y buscaba señal. Nunca veíamos nada, pero lo que sí recuerdo es que se escuchaba la radio, de mañana, de tarde y que de noche mi papá ponía onda corta para intentar captar algo. Y la música. En casa había un tocadiscos y luego a mi hermano le regalaron otro, un Audinac, que se escuchaba muy bien. Se cantaba mucho, cantábamos mucho. Seguramente a todos les gustaba en mi familia, era natural cantar, de todos los repertorios; no aquello de la imagen en torno al fogón, no, era cantar y cantar. Creo que eso no es poco», asegura Silvia cuando se le pregunta por cómo llega la música a su vida, siendo muy pequeña, pero con una determinación enorme por esa vocación y ese talento innato que le brota por los poros.
«El cuerpo es el principal instrumento que tenemos las personas y en eso la voz está antes, inclusive. Se cantaba de todo: música popular, folklore, derivados del rock, pop; Serrat, Nino Bravo, los que eran masivos. Eso a mí me conformó, de conformar, de dar forma, junto con el paisaje. Mi papá bailaba y a él le gustaba mucho el tango y el jazz, bailaba muy bien. Ahora, mirándolo a lo lejos, todo eso te queda».
Todo queda. El paisaje, la naturaleza, la música, el canto que la conformaron, que le dieron forma. Las vivencias. Papá, que bailaba muy bien. Y mamá…»Mi mamá era docente, como todas las mujeres de mi familia, en escuelas públicas. Recuerdo que estaban las cooperadoras que hacían pastelitos y demás y el Municipio les daba un lugar para que pusieran un kiosquito y recaudaran fondos en el predio del Festival Nacional de Chamamé del Norte Entrerriano. Mi mamá iba porque era la directora de la escuela y a mí, que era la menor, me llevaba y yo estaba toda la noche con ella, todas las noches del Festival viendo a todos esos músicos tocando chamamé, con la fuerza que tiene el chamamé, una vitalidad muy poderosa. También había en mi barrio una placita con un quincho; los músicos tocaban ahí, se iban del Festival y seguían tocando ahí y se armaba la bailanta, que nunca paraba. Todo eso es muy fuerte, y pienso que a mí me marcó».
Todo queda. Todo marca. Y todo fue conformando un todo en el que también la escuela Primaria dejó su huella. «Había una maestra, que en realidad era profe de danza, pero nos hacía cantar un montón. En Federal el chamamé es muy esencial, muy fuerte, muy poderoso. En la gente, en el aire. En aquel momento, con las calles de ripio, los autos pasaban cada una hora o dos, tengo grabadas esas callecitas de verano; me ponía en la puerta que daba al patio de la casa y se escuchaba un acordeón sonando a lo lejos. Lo cuento y lo revivo de alguna manera».
Vivencia emotiva, en Silvia Teijeira todo (su todo) perdura como una armonía imperecedera que llega desde la infancia y se prolonga hasta hoy, hasta estos días en que su nombre trasciende claramente los límites de un patio, de una casa, de una calle de ripio, en Federal, pero que sigue naciendo allí, donde el cielo es mucho más cielo para sus ojos. Por esa tierra, alguna vez, pasó un hombre con su piano en un tráiler. Un músico trashumante que llamó toda su atención y se sumó a ese cúmulo de experiencias. «Imagino que todo eso me ha ido llevando y vaya a saber qué más, que no lo sé, y está bueno que no lo sepa. Hay cosas mías referidas a la música, a por qué hago música, a qué saco cuando saco música que para mí son un misterio y que está bueno que lo sean, porque si dejaran de serlo, tal vez eso ya no estaría más en mí música».
PARTE DE UNA HISTORIA
La música y Silvia Teijeira. Silvia Teijeira y la música. Ese misterio. Un misterio que no quiere develar pero que, sin embargo, se devela en parte al escuchar cada una de sus composiciones, cada una de sus interpretaciones y en la elección que hace de la música que quiere tocar, siempre desde ese vínculo único con su instrumento, con un instrumento que no se considera tradicional dentro de nuestro folklore, pero que entre sus manos suena como la raíz misma de nuestra esencia, en un viaje hacia lo sustancial de su propio punto de partida, que no sabe de categorías ni limitaciones (y que se niega a ellas).
«Yo no sé cómo nació; si sé que fui siempre muy empecinada y que si quiero algo voy; y si no es por acá, voy por allá. Hay cosas que dependen de una y que se pueden hacer y hay otras que la vida te muestra que no, por más que quieras. En este caso, tenía eso de que quería tocar el piano y pasaba en casa que mis padres no estaban muy convencidos. Sabemos que todos los niños dejan cosas; estamos hablando de mucho tiempo atrás y los padres tenían otra información. Pero en Federal había una mujer que daba piano y guitarra; yo la charlé, siempre fui muy conversadora y le dije así: ‘pedime en mi casa’ y ella me pidió y ahí ya le dijeron que sí», recuerda Silvia cuando se le pregunta por aquellos comienzos con un instrumento atípico.
«Mi primer piano lo tuve recién a los 21 años; antes se estilaba que uno practicara en la casa de la profesora. Empecé con ella y al año siguiente habló con mi papá para que fuera con su maestra. Con ella escuchaba música de todo tipo: tango, jazz, música clásica en versiones populares, versionadas de una manera más sencilla. Para mí, pienso, entre lo que escuché en mi casa y esto que donde estudiaba no había categorías ni diferencias entre la música popular y la música clásica, fue algo maravilloso. Pienso en la mente de un niño, de una niña en este caso: que a mí nadie me haya dicho ‘esto es bueno o esto es malo’, o ‘tenés que ir por este camino’, más con un instrumento como el piano que básicamente está asociado a la música clásica, a esa estética, fue maravilloso. Los músicos y las músicas son músicos y músicas, no hay diferenciación y siempre he planteado eso a mis alumnos y alumnas: no hay categorías de música. Lo que uno tiene que hacer es amar lo que uno hace, comprometerse, poner todo de sí para hacerlo lo mejor posible. Obviamente que hay pautas de trabajo, pero aún en esas pautas de trabajo las personas aprendemos de maneras diferentes. No hay una receta para aprender, sí hay caminos. Por eso digo que no hay categorías y cada vez lo pienso más, porque eso te da la libertad de encontrarte con lo que vos sentís adentro, y qué es la música sino compartir lo que uno siente adentro como parte de un pueblo, porque nosotros no estamos aislados, somos parte de una historia de una comunidad, en lo inmediato y en lo histórico, además de las vivencias personalísimas».
LO QUE LA HACE VIBRAR
En Silvia Teijeira la música fluye como una vertiente en la montaña. Es difícil saber el origen del agua, pero se observa con tanta naturalidad esa conjunción, que sus manos terminan siendo una extensión del instrumento y viceversa e, incluso, un poco más: mente, alma, corazón, cuerpo, piano. En un todo. En la teoría del todo sobre la que viene trabajando desde que la música se abrazó a su ser y a su talento. A ese ser y a ese talento que, al mismo tiempo, eligen al folklore. «Es lo que a mí me hace vibrar; no me imagino tocando otra música, incluso con este instrumento tan asociado a la música clásica. Adentro mío, no vibro con otra música que no sea el folklore. Pienso, no lo sé, puede tener que ver con el medio en el que me crié, claramente rural; con el chamamé, con la maestra de la escuela Primaria. En la Secundaria hice un poco de guitarra, pero a mí siempre me llamó el piano para expresarme; tiene una riqueza tan grande, una riqueza rítmica maravillosa. El folklore y el piano son lo que me hace vibrar, es lo que me gusta tocar. Lo otro lo disfruto como pueden disfrutarse las expresiones del arte, pero no tocaría jazz, por ejemplo. Lo mío es el folklore», afirma y se sostiene.
Y en ese afirmarse y sostenerse va además, muy probablemente, su esencia solitaria, que es también parte de una elección. «Mi contacto fue con el piano y fue muy direccional. Es verdad que me enseñaron sola, no en un grupo como por ahí se enseñan otros instrumentos. Con el piano te sentás frente a una partitura y ya no tenés que mirar para otro lado. Cuando estudié en la Secundaria tenía una profesora que hacía producciones musicales muy hermosas; hacía cantar a todo el mundo, cosa que me parecía alucinante y usaba la afinación colectiva. Ahí sí tocaba en grupo, siempre estaba en esa bandita chiquita. Recuerdo que cuando estudiaba Derecho, en mi mente decía ‘un día voy a dejar y voy a tocar el piano’, o ‘me voy a recibir y voy a tocar el piano’, pero nunca me imaginé en un grupo, siempre mi imaginé tocando el piano sola. Soy bastante solitaria y el piano, al menos como yo lo vivo es un instrumento con el que te pasás horas estudiando sola, supongo que tal vez tiene que ver con eso».
COMUNICACIÓN, EMOCIÓN, ARQUITECTURA
De aquella pequeña que a sus seis años descubrió su vocación a esta mujer que se vuelve instrumento cada vez que se entrega a la música, cada vez que vibra con el folklore, cada vez que sus dedos le dan forma y sustancia a una melodía, hay una preparación constante, un estudio permanente que también la definen. Y no sólo como mujer que hace música, sino también como mujer que vive su día a día en ese devenir que no se detiene y que le abre las puertas a nuevos horizontes, a nuevas búsquedas. «Así soy en todo; quiero siempre saber un poco más. El piano es un instrumento maravilloso, muy grande, que tiene muchas posibilidades que se van construyendo. Hay una memoria muscular y la mente se va abriendo a medida que vas trabajando y vas incorporando cosas. Pero no todo es a nivel de complejidad; tiene que ver con que hable el instrumento por uno, que con ese instrumento pueda decir lo que tengo adentro, y adentro hay tanto para decir que hay que buscar muchos caminos. Para poder hacer una síntesis uno tiene que desarrollar primero, para que sea una síntesis que una todo, antes hubo que expandir», dice Silvia y comienza a dar, así, algunas pistas sobre lo que para ella es la música. Y el todo.
«Yo busco eso: que cuando estoy tocando no haya distancia entre mi mente y lo que expreso con el dedo, que sea como una sola cosa todo. Posiblemente sea un delirio, posiblemente no lo logre nunca, pero lo busco. Mi sueño es que la música que toco logre expresar lo que siento, la emoción, porque la música es emoción. En mi caso, que toco con un solo instrumento hay que hacer los bajos, el relleno, el canto, todo lo que implica resolver con un solo instrumento lo que es el arreglo, que cuando tenés otros instrumentos se distribuye. Todo eso tiene que estar claro, porque si no se hace un bollo y no se entiende nada. Y la música es comunicación, es un lenguaje que tiene que estar claro y en eso tiene que ir también la emoción; en toda esa arquitectura tiene que ir la emoción. Cuando voy a tocar frente al público me gusta que salga lo que tengo adentro y si sale algo nuevo, que haya recursos para que salga».
LA MÚSICA A LA QUE PERTENECE
«Hay tanto para decir adentro», resalta. Y en esa frase resume, sintetiza, mucho de su pensamiento. Pero también mucho de su sentir respecto de la música, respecto del piano y de su ser esencial, como destino melodioso que se afinca y afianza entre sus manos, conformándola y conformando el aire que respira y, a su vez, devuelve al aire que respiramos en delicados acordes, notas que la nombran: Silvia Teijeira. Música. Por cada letra, un decir. Por cada letra, una motivación. Por cada letra, una convicción. En su arte, como en la vida. «El folklore, al igual que nuestra cultura es una síntesis que se va construyendo, muy compleja, porque nuestro folklore tiene muchas influencias que se ven claramente y otras que no, como lo afro, por ejemplo, que hace un tiempo comenzamos a descubrir. Vibrar con esa música y querer tocarla ya es toda una cuestión para mí. Es esa música y es la música del pueblo al que pertenezco; es la música que me hace vibrar a mí. Hay algo que se está diciendo allí y más con un instrumento como el piano. Eso también implica toda una búsqueda de cómo llevarlo, de cómo trasladarlo».
Y algo más, ligado estrechamente a la música y, para ella, absolutamente fundamental: «el anhelo de una sociedad más justa, equitativa, con posibilidades para todas las personas, no me parece que esté desvinculado de la música que toco. En la elección de los temas puntuales, cuando hago arreglos, siempre son temas que a mí me fascinan y que tal vez los canto horas y estudio la letra; me gusta mucho nuestra música, esos temas populares que no los veo viejos, los veo hermosos, es una belleza tocar eso. Después esta mi historia de vida, que no la puedo poner en palabras, pero sí la puedo poner en la música».
Vivencia, primero. Luego, intelecto. Emoción y acción. Vibración y conciencia. Todo confluye en la música, en las formas de la música, y en la manera en que Silvia Teijeira concibe su manera de hacer música, en procesos diferentes, pero que terminan por confluir en un mismo espacio: la vida. «A las versiones que hago de otros, de temas populares, las estudio; cuando hay letra las canto mucho y busco el arreglo. Me gusta escribir como si fuera un dibujante: a mano, con lápiz. No es solamente saber de música, hay que saber de otras cosas, de la vida. En los arreglos hay una parte que es técnica, pero no del piano, sino de la obra. Estudio la melodía, busco las versiones que sean fidedignas, estudio sobre el autor, antes de hacer el arreglo. Luego está la parte técnica del arreglo, en un solo instrumento hay que armar la arquitectura donde haya bajos, la parte armónica, las melodías. Eso es trabajo intelectual. Luego estudiar eso para decirlo como mi mente lo pensó; eso con las obras de otros», explica. «Con el caso del chamamé lo que hago es desgrabar versiones originales de los grupos tradicionales, canciones que me gusten y ahí busco porque pienso que el piano no es instrumento de ese lenguaje, entonces mientras más me acerque a la fuente voy a encontrar esos recursos para que el piano se acerque a esa sonoridad, porque el piano me lleva a otro lado. Esa es una decisión intelectual. En mi obra soy libre, con lo que viene. Las escribo, las dejo, porque uno tiene tanta música en la cabeza; me parece muy importante dejar descansar las obras. Luego las veo y es como si fueran otra obra. El proceso de creación es muy complejo, es intelectual, pero es emocional y en eso va la vida».
LA LIBERTAD TOTAL
Silvia Teijeira se afirma en su camino, en el camino en que va. No cree que pueda desviarse de allí. Siente que el llamado de la música es muy fuerte, tanto como cuando lo sintió por primera vez, muy probablemente antes de poder recordarlo incluso. Desde aquel momento iniciático hasta hoy, sus manos, sus dedos, no han dejado de ir detrás de esa melodía que sea mucho más que una melodía y que englobe, en sí misma, toda una existencia. La suya, pero también la colectiva, esa que se construye desde los primeros pasos, en un compartir experiencias, vivencias, universos. «Busco hacia adentro mío, un delirio, una fantasía imposible de tener que es la libertad total; si algún día lo lograra, eso sería producto de una vida entera trabajando en el instrumento y trabajando en otras cosas también, no solamente en el instrumento». Ese es, para Silvia, su planeo en lo constante de ese cielo que sigue admirando, aún en la distancia. Y es, también, la construcción de un mundo propio que se proyecta, sin embargo, hacia lo nuestro.
«Una cosa es la expresión interior al escribir la música, al hacer los arreglos, al estudiarla; otra cosa es cuando una se entrega al público. Es como un trance, estás, pero estás en otro lugar y salen cosas que ni yo misma imagino y celebro que así sea. Y otra cosa es la búsqueda en la vida. Busco esa libertad total de llegar a que el cerebro, el corazón y la mano estén en una nota, pero también en el decir. Yo siento que tengo adentro tanto emocionalmente, tanto, que eso es lo que yo quiero entregar, eso es para mí la música: sacar lo que tengo adentro y el piano es la herramienta. Hay mucho trabajo atrás, pero es visceral, es emocional. La música es un medio de expresión de todo lo que tengo adentro, hacia atrás y hacia lo que tendré en la vida», asegura. Y es desde ese lugar, precisamente, que construye cada melodía. Basta con dejarse llevar por los acordes que derrama sobre las teclas de su piano para iniciar un viaje hacia lo perpetuo, hacia un infinito posible en el que convergen las emociones de un vibrar compartido. Desde sus manos hacia nuestros sentidos.
«Está todo vinculado: lo amoroso, la alegría, el dolor, la lucha por la vida; vivir es muy complejo. Uno ha tenido la suerte de tener algunas cosas resueltas, ha tenido la suerte de luchar por hacer lo que uno quiere, no todos tienen esa suerte, hay mucha gente que está fuera del sistema y mucha gente que aun estando dentro del sistema no puede elegir lo que quiere hacer. Uno ha tenido esa suerte; yo tuve la suerte de poder plantarme ante mis padres y ante mí misma. Fue muy duro: limpié casas, cuidé ancianos, hice de todo para poder estudiar música y dedicarme a lo que quiero, pero tuve la suerte de poder elegir y de tener algo por qué luchar, y tuve la suerte de tener una vocación, no mucha gente tiene una vocación tan marcada, entonces para mí todo eso es la música». Y una búsqueda, su búsqueda: la libertad total. O, en otras palabras, la teoría del todo.
UN DESEO
Hay algo que me encantaría y que no pasa por lo emocional: desearía que el piano también sea como la guitarra, como el acordeón, como el bandoneón; que ese pueblo del que formamos parte lo tenga en su cabeza y en su corazón. Lo que uno toca tiene que ser un espejo, que se encuentre en su cultura. Cuando se lo entregás a la gente, la gente se pone feliz de escucharlo; nuestro instrumento tiene que hablar por la música que es nuestra; es una construcción colectiva. Es algo que tengo como premisa, que nuestro instrumento se quede en el corazón y en la mente y que a la gente le suene el piano como le suena la guitarra.
UN LUGAR PARA TOCAR
Donde me sienta protegida. Me encantaría estar en un espacio de más contacto con la naturaleza y me remito a mi infancia, al monte del norte entrerriano que es como mi lugar, pero siempre tocar donde sea que yo esté protegida. Y frente al público, hay dos cosas que quiero: una es poder ir con el piano por todos lados, incluyendo los pueblitos, los lugares rurales. Y la otra, me encanta un teatro con un buen piano, tener un instrumento que esté bien, en un ámbito que se escuche todo. Y otro lugar donde me gustaría tocar son los festivales, sé que hay muchas personas que con razón hacen sus cuestionamientos, pero a mí los festivales me fascinan, sería feliz tocando en los festivales, es algo maravilloso lo que sucede en todo ese entorno.
LA MÚSICA, UNA ELECCIÓN
Cuando terminé la secundaria yo sabía que no era la Abogacía, sabía que era la Música, pero había dos cosas. Mi familia estaba en Federal y yo aquí (Paraná), porque en Federal había bachillerato comercial y eso no era para mí, pero también en mi vida me marcó mucho por mi familia esto de la justicia social y del anhelo de una sociedad más justa para todos; esa es la gran cuestión que a mí me atraviesa o me da forma. Siempre busqué relacionarme con personas que tenían el mismo pensamiento, la misma concepción y trabajábamos en villas, con lo que se podía, era una época muy dura, en la dictadura y éramos chicos. Eso me atravesó y siempre tenía el mote de defensora de pobres y menores y por ahí venía esto de la Abogacía. Y mi papá, que en realidad él para hacer la secundaria se fue a Concordia, porque en Federal no había oportunidades y después no pudo venir a estudiar a la Universidad y estudiaba ya siendo grande, viajaba. Recuerdo una vez que eran las 5 de la mañana y él estaba estudiando, con un frío tremendo en invierno para rendir una materia en Abogacía y obviamente no se recibió. Pienso que tal vez algo de eso influyó en que yo no me planté de entrada, porque a mí me daba cosa dejar porque yo sabía que en algún lugar el sueño de mi papá era ese; me acongojaba, sentía que le iba a doler. Hasta que un día me obligué a verme. Caí en la cuenta que quería tocar sola y que los años se me pasaban; hay una cuestión lógica, motriz que hay que trabajar y fue una luz que se me encendió. Me obligué a verme en un imaginario estudio jurídico y ahí dije no, la abogacía no era para mí. La cara de mi papá, cuando se lo dije, no la voy a olvidar más, sentí que le rompí el corazón.
SOBRE SILVIA TEIJEIRA
Silvia Teijeira es música, compositora, arregladora y pianista argentina de la provincia de Entre Ríos, nacida en Federal y radicada en Paraná.
Se dedica a la música argentina de raíz folklórica en piano solo y recita. Actualmente se encuentra preparando su cuarto disco en piano solo para grabar en el transcurso de 2021 y está a imprimirse un libro de partituras para piano con versiones que realizó y grabó en sus sucesivos discos, de músicas y músicos de Entre Ríos.
Su formación se cimentó estudiando por largos períodos con músicas y músicos argentinos de gran trayectoria artística y docente.
Pianísticamente, asistió a clases desde 1989 con las destacadas pianistas Graciela Reca y Marcela Martínez y en repertorio folklórico, arreglos y composición, estudió en clases particulares sistemáticas y continuas con: Carlos «Negro» Aguirre, Hilda Herrera, Raúl Barboza, Lilián Saba, Luis María Mucillo, Walter Heinze, Ramón Di Pietro y realizó numerosos talleres y curso, en Paraná, Entre Ríos, Buenos Aires, París y Madrid.
Egresó del Profesorado de música con especialidad piano, de la Escuela de Música de Paraná, y también asistió a clases en la Escuela de Música Creativa de Madrid, donde estudió con Joshua Edelmann y Claudio Gabis.
Filmó numerosos vídeos musicales dirigida por el cineasta Mauro Bedendo. Desarrolla recitales en diferentes ámbitos y propuestas, teatros, salas, radios, recitales y conciertos individuales o formando parte de eventos colectivos.
Fuente: Nueva Rioja