«No existe dinero que pueda comprar el sentimiento de ser veterano de Malvinas»
David Alfredo Díaz es un santiagueño que nunca había salido de su pago, menos había subido en un avión y, sin saberlo, a los 18 años llegó a la Guerra del Atlántico Sur
Santiagueño y excombatiente, enfatiza que «es un orgullo ser argentino y veterano de Malvinas» y recuerda: «sólo cuando pude regresar mi familia se enteró que estaba vivo».
David Alfredo Díaz es un santiagueño que nunca había salido de su pago, menos había subido en un avión y, sin saberlo, a los 18 años llegó a la Guerra del Atlántico Sur, conflicto que para él comenzó cuando -revivió en diálogo con Télam- por los parlantes del avión resonó una voz que decía: «Bueno, señores, a preparase, que vamos a aterrizar y les comunicamos que venimos a hacer Patria. ¡Estamos en las islas Malvinas!».
Díaz, actualmente de 58 años, recordó que en ese instante, tras escuchar el mensaje del altavoz, los que estaban en el avión cerca suyo se miraron «sorprendidos».
«Es un orgullo ser argentino y veterano de Malvinas», agregó el santiagueño, quien encabeza el Centro de Excombatientes de su provincia y también es presidente de la Comisión Nacional de Excombatientes de Malvinas, lo que para él significa «un gran orgullo» porque permite «escuchar y buscar soluciones» para los veteranos.
«Hoy se ve el reconocimiento en todos lados hacia los que luchamos», manifestó y contó haber tenido la experiencia de ir caminando y alguien lo pare y le pregunte cosas, al enterarse de su participación en la guerra de Malvinas.
«A veces nos paran y nos preguntan cosas, nos dan un abrazo o nos dicen gracias por permitirles conocer a héroes, eso nos llena de orgullo», reveló.
«A veces nos paran y nos preguntan cosas, nos dan un abrazo o nos dicen gracias por permitirles conocer a héroes, eso nos llena de orgullo»
Sin embargo, en junio de 1982, al regresar al territorio continental, las sensaciones fueron muy distintas, ya que en ese momento las autoridades de las Fuerzas Armadas les ordenaron, recordó Díaz, «no hablar con nadie, bajo ningún concepto» sobre lo vivido durante el conflicto en las islas, algo que «estaba prohibido».
«Éramos 1.053 que habíamos regresado, después nos dieron licencia por 30 días, volvimos al Servicio Militar, hasta que en noviembre nos dieron la baja», relató y luego completó su experiencia de aquel año 1982: «Sólo cuando pude regresar a Santiago del Estero, en una madrugada fue, recién mi familia se enteró que estaba vivo».
Su vida siguió entonces, como la de muchos jóvenes, con la búsqueda de un empleo: «Cuando regresé a mi provincia empecé a buscar trabajo, no puedo decir que tuve mala o buena suerte, pero por suerte pude conseguir uno, sin embargo otros compañeros cuando regresaron se sintieron mal y les era muy difícil conseguir», reconstruyó.
Díaz, al referirse a la historia del Centro de Excombatientes de Santiago del Estero, afirmó que en un primero momento «mucha gente no nos creía lo que habíamos vivido» mientras que tanto él como sus compañeros tenían «muchas ganas de expresar» lo que habían experimentado en Malvinas, y sobre ese punto remarcó que «hablar es una forma de expresar vivencias y algo que hace bien».
Díaz no pudo terminar la secundaria en su adolescencia, a los 40 años ingresó a la escuela y pudo finalizar sus estudios a los 43, «una materia pendiente que tenía».
A los 18 años, mientras hacía el Servicio Militar Obligatorio en Córdoba, «una mañana nos formaron en la plaza de armas y nos dijeron que las Malvinas habían sido recuperadas», relató, y entonces empezaron a darles equipos para hacer maniobras y prácticas de tiro, hasta que, continuó, «vino una orden y nos dijeron que íbamos a ir a la zona sur, a hacer maniobras».
«Una mañana nos formaron en la plaza de armas y nos dijeron que las Malvinas habían sido recuperadas»
«Y cuando uno tiene 18 años piensa de otra forma, creía que íbamos a conocer otros lugares, a esa edad uno tiene como un espíritu aventurero», repasó para reconstruir lo que sentía en aquel momento -algo semejante a una mezcla de curiosidad y euforia- que luego se transformó en una sensación de «perder la noción del tiempo».
«A mí me tocó el Servicio de Sanidad, estaba como camillero y entonces preparamos todo el equipamiento, el botiquín, y todo lo que pensábamos que era necesario, porque nos dijeron que íbamos de maniobras al sur», se remontó en los recuerdos.
Y luego siguió: «Empezó el viaje, nunca habíamos subido a un avión y en un momento por los altos parlantes nos enteramos que estábamos aterrizando en Malvinas: todos nos sorprendimos, porque no sabíamos nada de Malvinas, solo lo que leíamos en los libros».
«Todo era un trabajo normal, hasta que llegó el 1° de mayo (de 1982), en el que nuestras vidas tuvieron un giro de 180 grados. Ahí supimos lo que es una guerra, porque había dos moles de acero (aviones) que nos tiraban bombas. En ese momento surgió el instinto por sobrevivir y eso te lleva a hacer cosas que jamás pensaste hacer», transmitió Díaz.
Sobre ese tipo de experiencia o situaciones límite, agregó: «El miedo te hace sobrevivir, quien dice que no tuvo miedo no estuvo nunca en Malvinas, es una gran realidad; todos tuvimos miedo y el miedo nos llevó a hacer cosas increíbles pero, bueno, nuestra convicción era cumplir con la Patria».
La función de Díaz, como camillero, se estrenó ese 1° de mayo: «Nunca pensé ver y hacer lo que hice, juntar a los heridos y muertos, algunos mutilados, una escena muy triste».
«Son cosas que te marcan, después de ver a los compañeros así no pude comer por tres días y perdí el apetito», recordó sin disimular la tristeza.
«El miedo te hace sobrevivir, quien dice que no tuvo miedo no estuvo nunca en Malvinas, es una gran realidad; todos tuvimos miedo y el miedo nos llevó a hacer cosas increíbles pero, bueno, nuestra convicción era cumplir con la Patria»
En los días que siguieron, agregó, la tarea de levantar heridos y muertos mientras esquivaba bombardeos se fue convirtiendo en «un trabajo normal».
La experiencia como prisionero y su reflexión sobre la guerra
«Los últimos días de lucha fueron del 26 al 29 de mayo, en los que combatimos sin parar, las 24 horas del día. No había descanso, nos quedamos sin municiones, hasta que caemos (ante los británicos) el 30 de mayo», relató.
Y entonces añadió: «Quedamos prisioneros, nos pusieron (a los soldados argentinos desarmados) en una cámara frigorífica y uno no sabía qué iban a hacer con nosotros, hasta que después nos pusieron en un barco y así hasta que nos dejaron en libertad, el 14 de junio a la noche, y en la madrugada del 15 de junio, en que nos dejaron en Uruguay».
Sobre su experiencia de la guerra, tanto en lo personal como en la vivencia compartida con otros, respondió: «La guerra nunca es buena, para ninguno de los bandos, pero yo me siento orgulloso de haber aprendido muchos valores, especialmente de amistad, de solidaridad, de valorar un plato de comida», aseguró.
El día que me toque no estar en la tierra, no me llevo nada pero a mis hijos les dejo el orgullo de ser veterano de guerra, de llevar a la Patria dentro de mí»
«El día que me toque no estar en la tierra, no me llevo nada pero a mis hijos les dejo el orgullo de ser veterano de guerra, de llevar a la Patria dentro de mí», manifestó Díaz y en ese sentido destacó: «No me siento más patriota de nadie, pero es un orgullo que te llena el pecho».
«Cuando cantamos el himno, o cuando en un acto vemos desfilar a los compañeros, a veces se nos pianta una lágrima, es una mezcla de alegría y nostalgia», se confesó y finalmente comentó que se siente orgullo de haber vestido «el uniforme de San Martín para defender la bandera de Belgrano».
«No existe dinero en el mundo que pueda comprar ese sentimiento, por eso es un orgullo ser argentino y veterano de Malvinas», recalcó.
Fuente: Télam