La historia de Abril, la joven que con 16 años se sube a un tractor y demuestra su pasión por el campo
Abril, en una pequeña pausa de la cosecha, en un lote de maíz tardío.
Empezó a manejar las máquinas a los 12 años y cuatro años después es un puntal para su padre, contratista rural. Sexta generación de productores agropecuarios, no descuida el secundario y proyecta estudiar Agronomía.
“Subo las escaleras y cuando entro en la cabina del tractor, si estoy triste o tengo alguna preocupación, se me pasa. En el campo me olvido de todo”,piensa en voz alta Abril.Es un día atípico de finales de julio: hace calor y algunas nubes tapan el sol. La joven de 16 años espera paciente que su papá Juan Manuel, al mando de la cosechadora, termine de llenar una de las tolvas.
El polvillo de la máquina flota en el aire y los marlos recolectados caen vacíos al suelo. Un aviso por radio le indica a la joven que vaya a la cabecera: ella arranca y, rápidamente, se ubica en paralelo a la máquina de su papá: la tolva de la cosechadora se abre y los granos comienzan a caer sobre el carro.
Abril nació el 6 de agosto de 2004 en el campo: a los 12 aprendió a andar en tractor y a manejar una cosechadora. “Los miraba a mi papá y a mi abuelo trabajar con las máquinas y me encantaba. Les pedía que me expliquen todo, y como es algo que me apasiona, aprendí bastante rápido”.
A los 14 se largó sola con el tractor: ya no era un mero entretenimiento, quería ser carrera. “Al principio me costó adaptarme pero le agarré la mano. Después ya era costumbre salir de traslado, ir para acá, para allá. Llegábamos temprano a la mañana, armabamos el campamento y yo ya sabía lo que tenía que hacer: le limpiaba los vidrios al tractor, hacía lo que me pedían y arrancaba”, explicó.
No importaba la hora, ni el frío, ni el calor, ahí estaba Abril trabajando en cada lote. Sin descuidar sus estudios (cursa quinto año y aún le queda sexto para terminar la secundaria) siempre que puede se va al campo.
“Este trabajo lleva mucho esfuerzo. Mi papá se subió a una cosechadora a los 15 años y nunca paró. Hoy lo veo y sé que tiene mil cosas en la cabeza: trabaja hasta la noche, tiene que pagar cuentas y siempre está contando los días para terminar un campo y arrancar otro, porque cuando él tiene un trabajo se compromete y lo cumple. Y yo lo quiero ayudar. Antes no entendía, pero una vez que lo viví y estuve las horas que él está arriba de la máquina empecé a valorar las cosas, sea poco o mucho. Entendí que no es lo mismo tener el tractor limpio o sucio, encajarte o no. Lo tomo con mucha responsabilidad y mi papá está chocho que trabaje con él”, afirmó con una sonrisa.
La pasión por el agro
La joven es sexta generación de productores agropecuarios en la zona de 9 de Julio, al oeste bonaerense. Hoy, trabaja en tierras que compró su trastatarabuelo Lorenzo. Pero no solo lleva el campo en la sangre sino también en los recuerdos.
Hay un viejo dicho que dice que algunas personas nacieron “en una cuna de oro”: Abril nació en una cuna de amor. Como sus padres se separaron, desde muy chica se crió en el campo con sus abuelos paternos, Manuel Leopoldo y Mirta, que la cuidaron con gran cariño y dedicación mientras su papá se iba a trabajar.
Su infancia se tiñó con pinceladas verdes, aire puro, sol en la cara y atardeceres de ensueño. Tortas fritas y mates los días de lluvia. Según recuerda, cada vez que su abuelo salía a hacer algún trabajo, tenía un “piojito” pegado a su espalda. Acompañaba a Manuel Leopoldo a cada lado que iba: darle de comer a las vacas, vacunarlas, ayudarlo en época de parición (se levantaba a las 2 o 3 de la mañana para controlarlas), subirse al tractor con él para recorrer los lotes, ir a buscar semillas o rollos. Abril siempre estaba.
El orgullo de un padre
“Hace todo: carrea, anda en la máquina cuando yo necesito hacer algún trámite, traslada los equipos, todo”, contó Juan Manuel, de 40 años, y cuando habla de Abril sus ojos se iluminan. Esos mismos que se humedecieron cuando la vieron subir las escaleras del Aeropuerto de Ezeiza y viajó sola por primera vez, a Disney, un regalo que le hicieron con mucho esfuerzo cuando cumplió sus 15 años.
“La pasé hermoso, conocí otro país y me divertí muchísimo: viajé con un par de amigas de 9 de Julio pero éramos un grupo de 30 chicas de diferentes lugares del país. Cuando les contaba que manejaba un tractor ¡no me creían!”, recordó entre risas.
Pero la joven tiene sus debilidades: su bisabuelo Manuel “Pocho”, de 102 años, y su bisabuela Susana. “Los llamo todos los días. “Pocho” me dice ‘¿Abril, sos vos?’ y se pone re contento. También me reclama que no lo voy a ver pero los quiero cuidar. Salgo muy poco y ando siempre con barbijo. Me dan muchas ganas de ir y abrazarlo pero con la pandemia uno nunca sabe”, explicó la joven.
Otro talón de Aquiles se llama Valentín, su hermanito de 1 año. Nació un 17 de julio, el mismo día que “Pocho” cumplía 101. “Es hermoso y re inquieto”, afirmó la joven y piensa que quizá también el pequeño herede la pasión por las máquinas. Cuando Abril piensa en su futuro duda, quiere seguir trabajando con su papá y también le gustaría estudiar Agronomía en Buenos Aires. Pero para eso falta un año y medio: tiene la libertad y el tiempo para pensar.
Fin de cosecha
Ante el llamado por radio de su papá, la joven maneja a unos 15 kilómetros por hora y se pega a la cosechadora: mantiene la dirección del tractor recta, presta atención a la carga, anota los kilos recolectados. Minutos después, la balanza en la cabina marca 23.000 kilos: tolva completa.
Abril avisa y se va a la punta del lote, donde la espera el camión, y descarga los granos amarillos. Si no surgen inconvenientes, como la rotura de alguna máquina, un chaparrón inesperado o el retraso de un camión, la escena se repite hasta entrada la noche. El trabajo comienza bien temprano y hasta las 21 no paran.
El cansancio no detiene su sonrisa y energía. Puede estar horas arriba de un tractor andando o simplemente esperando que le toque su turno, mirando cómo cosecha su papá. Otras veces es ella la que se sube a la máquina porque él tiene que hacer otra tarea: no tiene nada que envidiarle, lo hace con la misma perfección que él, su maestro.
Concluye el día y parte el último camión cargado: hora de levantar campamento. Mientras Juan Manuel y Martín, uno de los chicos que forman parte del equipo, pasan la sopladora a la cosechadora, Abril engancha la casilla y un carro a la camioneta.
Es viernes por la noche y llega la hora de cenar. El calor en pleno invierno hizo que la gente saliera pese a la pandemia: las sillas de las veredas de los bares y cafés de la ciudad de 9 de Julio se empiezan a llenar. “Yo como y a la cama: mañana me tengo que levantar temprano para ir a limpiar las máquinas”, recalcó Abril. Y es que este lunes un nuevo campo la espera.
Fuente: Télam