Día Internacional del Trabajo Doméstico: no es amor, es trabajo no pago
Las mujeres ocupadas le dedican más de seis horas diarias a estas tareas, mientras los varones ocupados lo hacen por la mitad del tiempo. Por qué es clave darles el valor que merecen.
En general tendemos a minimizar las tareas realizadas en nuestra casa, que nos permiten vivir en un entorno cuidado. Tener la ropa limpia, comida sobre el plato, una casa ordenada, parecen tareas sencillas, que sin embargo esconden toda una serie de actividades, que solemos realizar de manera reiterativa y que consumen gran parte de nuestro día.
Desarmemos una de estas tareas: si somos de las personas afortunadas que tenemos la ropa limpia en nuestro placard, implica que alguien antes la puso en un lavarropas, compró el jabón, la puso a secar, la dobló y luego la acomodó. O alguien saltó los primeros pasos y fue a un lavadero. Alguien, que no somos nosotros, y que asumimos que siempre lo hará.
Tiempos disparejos
En 1983, durante el Segundo Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe, se acordó declarar el 22 de julio como el Día Internacional del Trabajo Doméstico, con el objetivo de visibilizar y reconocer este trabajo históricamente invisibilizado y en gran parte no remunerado, que ha sido y continúa siendo realizado en su mayoría por mujeres.
El 88% de las mujeres ocupadas realizan este tipo de tareas, y le dedican aproximadamente 6,4 horas por día, mientras que el 51% de los varones ocupados las realizan (EPH, cuarto trimestre 2020) y lo hacen por la mitad del tiempo.
Por otro lado, diversas encuestas muestran cómo estos tiempos aumentaron durante el aislamiento en el 2020, llegando a sumar un total de 10 horas diarias (Grow, 2020) en las mujeres.
Eso que llaman amor es trabajo no pago
El trabajo doméstico y de cuidados no remunerado es el que permite que las personas se alimenten, cuenten con un espacio en condiciones de habitabilidad, reproduzcan en general sus actividades cotidianas y puedan participar en el mercado laboral, estudiar o disfrutar del ocio, entre otras cosas. Escuchar las necesidades de niños/as, aconsejar a los/as adolescentes, acompañar a las personas mayores, gestionar sus visitas al médico, son tareas de cuidado.
Las personas que le dedican tiempo a estas tareas -como vimos, en su mayoría mujeres- tienen menos tiempo para trabajar, realizar actividades recreativas, relacionadas al ocio o dormir. Y el justificativo que sostiene y sostuvo a lo largo de la historia esta desigualdad es el amor. El amor a nuestros hijos/as, a nuestras parejas, a las personas mayores que nos rodean.
Se esperaba de las mujeres que lo realizaran y, por lo tanto, en muchos casos, ni nos preguntamos por qué lo hacemos, simplemente tomamos las riendas de la gestión de estos cuidados. Desde que se comenzó a deconstruir este mandato cultural, es que se realizaron esfuerzos para contabilizar el tiempo dedicado a este trabajo y su impacto económico: según estimaciones si se considerara las tareas domésticas no remuneradas como parte del PBI argentino, representaría aproximadamente el 16% del mismo.
Por otro lado, cuando se tercerizan estas tareas, el 96% de quienes lo realizan son mujeres, y solo el 23% de ellas está registrada, lo cual implica salarios aún más bajos, falta de aportes y de obra social, Esto nos muestra, una vez más, cómo se desvalorizan estas tareas, que son tan importantes para nuestra vida.
Reconocer estas actividades, darles el valor que se merecen y promover distribuciones de tareas más equitativas en las parejas y en las familias nos permitiría obtener sociedades donde todas y todos estén en mayor igualdad de condiciones para aprovechar las oportunidades que se les ofrecen.